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DESDE EL UMBRAL…

Diputado Jorge Alfonso Ruiz Romero
25 de noviembre de 2009


• De declaratitis, dislates y premios Nobel.
• Transparencia a la baja.

Un premio Nobel habla sobre la economía mexicana, y como no favorece a las políticas oficiales, el gobierno lo descalifica. Evidentemente, no fue uno, sino varios miembros del gabinete calderonista y otros personajes, con y sin estafeta, con y sin capacidad para hablar sobre el tema, los que abrieron la boca para descalificar a un personaje altamente calificado. Han de creer que siendo montoneros van a tener mayor credibilidad. ¡Pobres desubicados!
En días recientes, el ganador del Premio Nobel 2001 de Economía, Joseph Stiglitz, en un evento en la Ciudad de México, afirmó que la política fiscal del gobierno de Felipe Calderón no estimula el crecimiento, y que, por el contrario, ha tenido uno de los peores desempeños del mundo en el manejo de la crisis. Agustín Carstens, secretario de Hacienda, de inmediato se justificó, echándole la culpa de todo a la desaceleración económica global así como a la caída de la producción petrolera. Por supuesto, no habló de sus medidas para seguir favoreciendo a menos de 400 empresas amigas del presidente, aunque para ello tenga que ahorcar a más de 50 millones de mexicanos.

Después, Francisco Gil Díaz –antecesor de Carstens en el cargo– y Ernesto Cordero –secretario de Desarrollo Social– no sólo descalificaron a Stiglitz, sino que lo consideraron “ignorante” de la realidad nacional. Pero si esto fue abismalmente incongruente, faltaba la cereza en el pastel: en un acto que no sólo demostró su estulticia, sino además la ausencia del más elemental respeto, el coordinador de los senadores de Acción Nacional, Gustavo Madero, se burló de él. Ellos no son expertos, sino apenas unos ineptos con gafete oficial.

Stiglitz, quien junto con George Akerlof y Michael Spence obtuvo el Nobel en 2001, es uno de los máximos investigadores sobre un fenómeno económico llamado Asimetría de la Información, o Información Asimétrica –los promotores de la política fiscal presidencial deberían leer un poco sobre el tema–, y con dicha base ha desmentido la eficiencia y control supuestamente excepcionales del manejo del mercado en el marco de la deshumanizante globalización vigente. Quizá por ello, su opinión sobre la economía mexicana alzó ámpula y causó molestia en los funcionarios y legisladores mexicanos (especialmente, panistas).

Ya para acabar, el gobierno federal –como para rebatir lo dicho por Stiglitz– señaló que el desempleo ha disminuido. Seguramente será el de la cúpula, porque millones y millones de mexicanos siguen perdiendo sus empleos, mientras que otros tantos siguen sin encontrar uno.

Durante semanas, los mexicanos hemos asistido a toda clase de afirmaciones que, francamente, ya nos tienen hartos, de las cuales destaca la declaración presidencial de que la crisis ha llegado a su fin. Con declaraciones no se cura la influenza –que muchos consideran un invento para fomentar la cultura del miedo–. Con declaraciones no se alivia la crisis económica, ni se reconstruye una región devastada por las inclemencias del tiempo –mi solidaridad y respeto al pueblo de Tabasco–, y con descalificaciones no se solucionan los problemas del país.

Y Transparencia Internacional también reprobó a México. Sucede que, también recientemente, este respetado y acreditado organismo, en su último informe señaló que México bajó 17 lugares en el índice de percepción en materia de corrupción, ocupando hoy el lugar 89 de 180 países, con una calificación, del 1 al 10, de 3.3. Esto significa que, en corrupción, México está peor que muchos países de América Latina.

Sin embargo, dicho informe también fue descalificado, en este caso, por personajes como Xavier Gómez Coronel, presidente de la Barra de Abogados, quien dijo que no ve tal corrupción. Seguramente este y otros personajes necesitan una operación oftálmica urgente, porque como se suele decir, la corrupción se ve y se siente, y por lo tanto, está presente.

Quizá el problema de México no radica en la falta de transparencia, sino en la ausencia de inteligencia, valor civil, integridad, sentido ético sobre sus responsabilidades públicas, decencia, moral y otros valores, que le escasean a sus mandos y gobernantes. ¿Qué más podemos esperar los mexicanos, si a estos personajes les falta todo?

Por supuesto, Calderón, también va a la baja. Es irónico cómo Calderón ha sido el presidente que llegó con más bajos índices de solidez y ha visto pasar su sexenio con un rechazo digno de considerarse histórico, al grado de que su falsario porcentaje vencedor se ha ido diluyendo hasta empezar a rodar por la pendiente del oprobio y la infamia. Pero ni la mercadotecnia, ni la declaratitis que padece, le van a curar del rechazo, el desprecio y la animadversión de este pueblo. ¿Alguien podría concederle a él y a su gobierno un premio –aunque no sea Nobel– a la mediocridad y la inconsciencia?

Jorge Alfonso Ruiz Romero
Diputado Local del PRI, LVII Legislatura
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